Aproximadamente el 40% de la población mundial tiene acceso a Internet. Eso
equivale a tres mil millones de personas. Sin necesidad de hurgar en pilas de libros o
de hacer un trabajo de investigación en un lugar físico, uno puede encontrar lo que le
hace falta digitando unas palabras clave y apretando el botón de búsqueda. En
apenas unos segundos aparecen en la pantalla enlaces a numerosas páginas del
espacio virtual. Es cierto que uno no siempre da con lo que busca. Además es
preciso repasar los muchos resultados que aparecen, no todos los cuales son
fiables. No obstante, es indiscutible que la Internet pone al alcance de la mano un
mundo de información.
¿No sería estupendo que, en vez de proporcionarnos solo información, la Internet
pudiera facilitarnos verdadera orientación, responder a nuestros profundos
interrogantes sobre el sentido de la vida, contribuir a organizar y encauzar nuestra
vida cotidiana y satisfacer nuestras necesidades emocionales y espirituales? Huelga
decir que en el ciberespacio nunca será posible todo eso; pero con Dios sí lo es. Él
al crearnos ya puso en nosotros todos los componentes y programas necesarios
para ello. Podemos acceder a Él en cualquier momento y desde cualquier sitio. El
servicio es además gratuito, y nada queda al azar, no es una lotería en la que tanto
se pueda acertar como fallar.
Lo único que necesitamos para hacer funcionar el equipo es fe. Esta se adquiere
simplemente leyendo las instrucciones que detalla el Fabricante en Su manual, la
Biblia. Además, quienes ya emplean el equipo y disfrutan de sus ventajas nos
pueden dar consejos y testimonios que incrementen nuestra fe. Nuestro Dios es
interactivo: conéctate con Él, y podrás disfrutar y beneficiarte de cuanto Él ofrece.
Siete mil millones de personas tienen acceso a Dios. Es decir, hay cobertura total.
El vacío
El rey Salomón, autor del Eclesiastés, tenía incalculables riquezas, una sabiduría
superior a la de cualquiera de sus contemporáneos o de los nuestros, cientos de
mujeres, palacios y jardines que eran la envidia de otros reinos, las mejores viandas
y el mejor vino, y toda forma de entretenimiento a su disposición. […] Con todo y con
eso, declaró que la vida «debajo del sol» —es decir, la que se vive como si no
hubiera otra cosa que lo que uno es capaz de percibir con los sentidos— es vanidad.
¿A qué obedece tal vaciedad? A que Dios nos creó para algo más que lo que
podemos experimentar en lo inmediato. Salomón dijo de Dios que «puso en el
corazón de los mortales la noción de la eternidad». En nuestro corazón somos
conscientes de que lo presente no es todo lo que hay.
Tomado de: http://es.letjesushelpyou.com