Todos tenemos que tomar decisiones a lo largo de nuestra travesía por la vida.
Según cuál sea nuestra personalidad, estas pueden fascinarnos o asustarnos. La
mayoría sentimos una mezcla de emoción y aprensión.
A mí personalmente no me gusta tomar decisiones. En el curso de mi vida adulta me
he echado a llorar en dos ocasiones en un patio de comidas porque sencillamente
había demasiadas opciones entre las que elegir. Patético, ¿no te parece? Si mi
marido y mis hijos me lo permitieran, comeríamos lo mismo todos los días con el
único propósito de no tener que decidir qué plato preparar. Y eso no es nada
comparado con otras decisiones más difíciles: dónde vivir, qué carrera seguir, en
qué invertir el dinero, etc.
A fin de cuentas, mi vida será la suma de mis decisio
nes y de las consecuencias que tengan, tanto para bien como para mal. El tomar
conciencia de ello pone de relieve dos verdades para mí:
1. Preciso la ayuda de Dios.
2. Necesito un plan.
Lo mejor de todo es que Dios está deseoso de participar activamente en mis
decisiones. Solo hace falta que yo se lo permita. Si lo reconozco en mis caminos, Él
enderezará mis veredas. Si Su Palabra está en mi corazón, mis pies no resbalarán.
Si la sostengo delante de mí, me iluminará y me indicará el camino. Dios tiene muy
clara la parte que le corresponde. ¿Y yo? ¿Tengo clara la mía?
Un buen punto de partida es estudiar la Palabra de Dios y los principios que Él nos
ha dado para gobernar nuestra vida. La Palabra de Dios es comparable a unos
reflectores en una carretera oscura. Nos indican la división en carriles, para que no
nos metamos en el de sentido contrario, y nos señalan el borde de la vía para que no
terminemos en la cuneta. El conocimiento de la Palabra de Dios nos fija límites y nos
proporciona orientación para que no perdamos el rumbo.
En ocasiones resulta muy sencillo. La Palabra de Dios me enseña que debo ser
amorosa y amable, por lo que preguntarme cuál es la forma de actuar más amorosa
suele revelarme cuál es la mejor decisión. Otras veces, sin embargo, resulta más
enrevesado, como cuando todas las opciones caben dentro de la voluntad de Dios, o
cuando tengo una clara predilección por una de ellas, lo cual afecta mi proceso
decisorio. Es trabajoso llegar a una decisión con la que nos sintamos a gusto. Pero
no olvides que la Biblia dice que si reconocemos a Dios, Él guiará nuestros pasos.
Podemos contar con Su ayuda y orientación si se la pedimos.
¿Han escuchado el dicho: «Si no sabes a dónde te diriges, seguramente acabarás
en otra parte»? La Palabra de Dios presupone que hemos trazado planes: «Que te
conceda lo que tu corazón desea; que haga que se cumplan todos tus planes».
Naturalmente, el solo hecho de que tengamos un plan —por mucho que esté en
consonancia con los designios de Dios— no quiere decir que se materializará de
inmediato, o que lo cumpliremos sin esfuerzo ni dificultades. Si tu camino es similar
al mío, está lleno de recodos. Aun así, tener un plan general, una meta o un destino
me ayuda en las decisiones que tomo a lo largo del trayecto.
Al llegar a una encrucijada, el plan que me he trazado me ayuda a elegir qué vía
tomar. Cuando me siento sola, me recuerda que escogí este camino por el destino al
que me conduce. Cuando otros senderos parecen más fáciles o atractivos, me trae a
la memoria que la meta que me he propuesto es lo que realmente deseo.
Dios tiene un designio específico para cada uno de nosotros. Puesto que nos creó a
Su imagen y nos dotó de libre albedrío, podemos participar activamente en la
determinación y realización de ese plan. Si ya sabes adónde te diriges, sigue de
cerca la Palabra de Dios y deja que ilumine tu sendero. Si no estás del todo seguro
de tu destino, concéntrate en vivir como enseña la Palabra de Dios, y Él escribirá Su
plan en tu corazón. Una vez que Su plan —Su deseo— esté en tu corazón, sabrás
qué hacer.
Tomado de: http://es.letjesushelpyou.com